El sueño de los padres de Lindsey
Stirling se limitaba a intentar que su hija tocara un instrumento hermoso y
complejo. Pero los 15 minutos de clases semanales que podían permitirse pagar,
no eran suficientes -según sus maestros- para que una niña aprendiera violín.
Los maestros, claro, se equivocaron. Como también lo hicieron varias
discográficas al juzgar su música como poco comercial. O el jurado de un famoso
concurso televisivo de talentos al eliminarla prematuramente. Después de tanto
rechazo a Lindsey sólo le quedaba su música… y YouTube. “Creo que la tecnología
ha democratizado la industria del entretenimiento”, asegura, “es la voz del
pueblo. Dejémosle que elija”. Lo que el pueblo ha elegido es convertirla en una
intérprete de éxito: su canal acumula más de 1.300 millones de reproducciones
y, gracias a ello, hace giras mundiales y los dos discos que ha publicado son
un éxito de ventas.
Stirling, convertida ahora en
toda una estrella gracias a las redes sociales, tiene como filosofía atreverse.
Atreverse siempre. Así lo expresó en su autobiografía y así lo contaba en una
entrevista hablando precisamente de su libro: “Los piratas no aceptan órdenes
ni piden permiso (…) Si alguien te dice que no eres lo suficientemente buena,
que tus sueños son demasiado elevados, o asegura que no hay sitio en el mundo
del espectáculo para una violinista que baila… bien, entonces, ponte un parche
en el ojo, mi amigo, y navega por el alta mar”. Seguro que hoy más de un
ejecutivo discográfico de los que la rechazó, se pregunta porqué él no supo
aquello que la gente estaba buscando.